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Semillas: ¿por qué recuperamos variedades tradicionales?

Las cosechas dependen de ellas. Son lo más importante en la agricultura. Las semillas además cuentan la historia viva de nuestros hábitos alimentarios. Y desde hace unos años nos cuentan también cómo se está perdiendo la biodiversidad por motivos comerciales.

Hace unos diez mil años en la prehistoria, la humanidad abandonó el modo de vida de cazador recolector y comenzó a cultivar la tierra y a criar ganado. Los pueblos dejaron de ser nómadas y se asentaron creando núcleos habitacionales que fueron el germen de las ciudades. Así como la agricultura está en el origen de la civilización, las semillas son el origen de la agricultura.

Las semillas de los vegetales comestibles surgieron de un conocimiento ancestral. Seguramente por métodos de prueba y error, ensayando cruces naturales y probando especies, a lo largo de los siglos los campesinos fueron seleccionando las semillas que mejor se adaptaban a cada hábitat. Así nacieron una infinidad de variedades de frutas y hortalizas que respondían al suelo y al clima, modelando los hábitos alimenticios de cada zona habitada del planeta. Esto fue así hasta mediados del siglo XX. La agricultura moderna lo cambió todo, incluso las semillas. Los agricultores comenzaron a primar los productos que ofreciesen mejores rendimientos. El objetivo era sacar más producto y más beneficio de cada metro cuadrado de suelo. También se buscaba resistencia, tanto a las plagas como al transporte, donde frutas y verduras inevitablemente reciben golpes y sacudidas que pueden afectar a su aspecto. La globalización abrió  nuevos mercados para los agricultores y apareció la necesidad de variedades capaces de durar más para llegar a mercados alejados y permanecer más tiempo en los lineales de los supermercados, sin deteriorarse. Los comerciantes a su vez demandaban productos atractivos para los consumidores. El color, el aspecto y la duración de una fruta o una verdura se convirtieron en factores de éxito. Con las semillas tradicionales no se conseguían estas características. Entonces nació una nueva y poderosa actividad: la industria de las semillas. Mediante sofisticados métodos científicos de hibridación, la industria comenzó a producir semillas con las cualidades comerciales que se estaban buscando. Las nuevas semillas se patentaron y se convirtieron en propiedad de las industrias que las producen. Las nuevas variedades de frutas y las verduras nacidas así se convirtieron en estándares en la mayoría de países del mundo. Miremos el tomate. Las variedades tradicionales tienen formas y colores diferentes, pueden presentar manchas y ni duran mucho ni viajan bien. Los tomates modernos son rojos brillantes, atractivos y resistentes. Duran semanas y no se deterioran en el transporte. Se venden muy bien en todo el mundo y los agricultores, para poder comercializar su producción, se vieron obligados a comprar las semillas y sembrar esas variedades. Los tomates locales quedaron fuera de juego. El estándar los desplazó. La primera consecuencia de esta dinámica global fue una progresiva pérdida de biodiversidad.  Recientemente, se ha descubierto otro problema: la pérdida de nutrientes. Mientras se ganaba rendimiento, resistencia  y atractivos se perdían cualidades nutritivas esenciales. Un estudio comparó  las vitaminas y minerales de frutas y hortalizas de hace unos 50 años con las de hoy, nacidas de semillas industriales. La comparación demostró que hoy hemos perdido hasta un 50% de esos nutrientes esenciales para la vida. Apareció además un resultado sorprendente. Muchos veces hemos oído a nuestros mayores repetir frase “antes las frutas y las verduras sabían mejor”, “el sabor de los tomates de antes era otra cosa”… ¡Pues es verdad! El sabor y la cantidad de nutrientes están íntimamente relacionados. Si notas buen sabor en una fruta o verdura quiere decir que tiene más vitaminas y minerales.

La respuesta a la pregunta que planteamos en el título ahora parece clara. En la huerta de Disfruta & Verdura estamos intentando recuperar los mecanismos para conservar y producir semillas tradicionales porque queremos ser parte de la recuperación de la biodiversidad. Y también para recuperar los sabores de antes y poner en valor las variedades que son parte de la historia de nuestra alimentación. 

Las elecciones que hacemos a diario tienen impacto sobre la vida del planeta. Nosotros elegimos recuperar las semillas tradicionales porque representan una nueva manera de relacionarnos con la producción agrícola.